ADAL EL HIPPIE VIEJO
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HISTÓRICO -Octubre 2011-: con Cristina vamos por el tercer gobierno peronista consecutivo.

18 ene 2014

Palos porque bogas, palos porque no bogas

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Síndrome de abstinencia

La política está desconcertada y no lo puede resolver. Tiene síndrome de abstinencia. La presidenta Cristina Fernández optó por el silencio y una vez más consiguió demostrar, apenas con ese simple acto, su rol central en la vida política argentina.

La oposición no le encuentra la vuelta a un escenario en el que le falta su principal alimento. Los referentes opositores, acostumbrados a diez años de frontón como único elemento para hacer política, tienen dificultades para discutir con el silencio.

Necesitan de las apariciones públicas y de la verborragia presidencial para poder mojar el pan aunque sea de costado.

Hay una alternativa, claro: plantear propuestas, iniciativas y abandonar el rol de comentaristas de la realidad en los sets de televisión. Pero ese ejercicio tal vez requiera de algún atributo desconocido en la mayoría de la dirigencia política nacional.

La presidenta apenas rompió el silencio vacacional para desmentir cualquier posibilidad de una postulación electoral para 2015.

Desde que llegó a la Casa Rosada, la verborragia de Cristina Fernández indignó y ofuscó a políticos y analistas por sus apariciones constantes en la televisión, por sus largas parrafadas y su capacidad para discursear sin tener que recurrir a papeles.

Todo aquello estaba muy mal, según esa mirada. Mal la cadena nacional, mal los actos de gobierno, mal los actos populares, mal las cumbres de presidentes del G-20 o la participación en la Asamblea General de la ONU.

En varias oportunidades se le recomendó callar, porque sus discursos le hacían mal al país, perjudicaban negociaciones internacionales y hasta hundían a la Argentina en el desastre en los tribunales estadounidenses.

Sin embargo, analistas y políticos parecen haber revisado aquellos conceptos y ahora quieren que hable. Si es posible, mucho. Parece que ahora está mal que se calle. Mal que tenga su agenda de gobierno en la Quinta de Olivos. Mal que decida no ir a un acto público, mal que mantenga silencio cuando está en la Casa Rosada y parece que se calla porque está mal, ahora de salud, sostienen.

Y entonces ruedan las versiones, y las especulaciones sobre los motivos que han llevado a la presidenta a guardar silencio. Que lo hace porque no hay buenas noticias y prefiere que sea el jefe de Gabinete el que se lleve las críticas. Que guarda silencio porque su gobierno entró en el declive final y otros elevados análisis políticos.

La presidenta tomó sus dos semanas de vacaciones en el sur en coincidencia con las Fiestas de fin de año. En esos días, el gobierno se mostró tan activo como de costumbre. Las medidas anunciadas pueden gustar más o menos, se puede considerar que son parches y hasta que son negativas para el país. Pero no se puede sostener con argumentos válidos que la administración nacional se haya paralizado durante ese período.

En la misma línea, nadie sinceramente cree que las decisiones de gobierno se tomen a espaldas de Cristina Fernández. Lo saben sus ministros, que reciben el mismo número de indicaciones que antes de su convalecencia luego de la operación.

Sin embargo, se cuentan los días desde la última vez que habló en público como si se analizaran los pliegos de un plan quinquenal.

Puntillosos apuntadores toman nota de la duración de los discursos de los ministros. Le pasó al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, también criticado por su verborragia inicial, ahora apostrofado por la brevedad de su última conferencia de prensa, que según los cronometristas duró apenas seis minutos. La brevedad sería el resultado de las públicas diferencias que esta semana enfrentaron a algunos integrantes del Gabinete.

Antes, las diferencias internas habían pasado por la posibilidad de modificar el régimen del impuesto a los Bienes Personales, que impulsaba el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, con el respaldo de Capitanich. El ministro de Economía, Axel Kicillof, aclaró que no habrá cambios en la valuación de los inmuebles y cerró el debate. Antes el problema era la policromía de voces en el área económica, ahora se cuestiona que el ministro de Economía sea el que lleva la voz cantante en esas cuestiones.

Eso no es todo, al parecer aquellos que planteaban que el kirchnerismo no se permite ninguna discusión interna, que el Congreso es una mera escribanía y que no se puede disentir en nada, ahora consideran que Capitanich quedó extremadamente debilitado porque precisamente se dio un debate, bastante menor, que ciertamente quedó explicitado en los medios. Está mal. Que quede claro: está mal si no hay debate y está mal si lo hay. Mal, muy mal.

Más allá de ese gataflorismo galopante que expresan algunos sectores, la gran pregunta es si el gobierno encontrará una solución satisfactoria a la presión inflacionaria. Va de suyo que sería deseable que los ministros consiguieran un grado mínimo de coordinación para evitar las marchas y contramarchas discursivas que a veces los dejan colgados del pincel y pedaleando en el aire, pero eso es apenas el condimento.

El fondo del problema sigue siendo la evolución de los precios en medio de la disputa por la apropiación de la renta en un año que se anuncia más que complejo en la materia.

Sobre el cierre de la semana, el ministro de Planificación, Julio De Vido, anunció que de ahora en más será el Estado el que se haga cargo de determinar cuándo y dónde se harán las obras en el tendido de distribución domiciliario de energía en el área de concesión de Edenor y Edesur.

El anuncio transparenta algo que ya venía sucediendo. Además, se obliga a las empresas a mantener un mínimo de cuadrillas para atender los reclamos de los usuarios y también a mejorar el servicio de call center. Si 30 días de corte de luz no son motivo suficiente para cancelar el contrato de concesión y estatizar el servicio, será difícil encontrar un argumento mejor para esa decisión.

Mauricio Macri tampoco arrancó el año de la mejor manera.

Después de la polémica por su viaje relámpago a Buenos Aires en medio de la crisis energética y su intento de comprar las fotos que lo mostraban volviendo al sur, el alcalde porteño recibió el procesamiento de una de sus principales espadas económicas, Federico Sturzenegger, por su participación en el megacanje pergeñado por Domingo Felipe Cavallo.

Esa operación, una movida desesperada para sostener la Convertibilidad a cualquier precio, fue diseñada a medida por los bancos y apenas sirvió para incrementar el monto de la deuda externa y pagar intereses ridículos. El ex presidente del Banco Ciudad y ahora diputado fue uno de los brazos ejecutores de aquella operación.

Por si eso fuera poco, Tiempo Argentino reveló esta semana la existencia de operaciones de Inteligencia de la Policía Metropolitana, fuerza que tiene prohibido por su reglamento constitutivo realizar esas tareas. Tanto uno como otro tema parecen tener más trascendencia que el tomate, pero se sabe que la roja fruta tiene un atractivo insuperable para la agenda política.

Ni hablar si el jefe de Gobierno porteño la emprende en pantalón de vestir y manga de camisa contra una ola artificial, tabla de surf en mano. Eso sí que es una nota, qué me vienen con el espionaje y el megacanje. Hace calor y a nadie le importa.

Hay unos pocos que parecen escapar al síndrome de abstinencia que plantea la ausencia de Cristina Fernández. Daniel Scioli mantuvo el alto perfil en los primeros días del año. Se lo vio activo en la Costa Atlántica, pero también asistiendo a víctimas del incendio y demás tragedias en territorio bonaerense. No es una novedad, el mandatario hace gala de esa hiperactividad durante todo el año, pero resalta más en épocas de vacaciones.

Otro que mostró una faceta distinta es Sergio Massa.

El diputado había anticipado su estrategia de mantener la actividad durante el verano. Lejos del comentarismo habitual, propuso adelantar el inicio de la paritaria docente como una estrategia para evitar demoras en el comienzo del ciclo lectivo.

El ex intendente de Tigre basa sus campañas en las propuestas. Algunas son impracticables y están pensadas sólo para la foto. Otras son copias de políticas ya existentes, y otras tantas tienen sentido. En cualquier caso, Scioli y Massa son los únicos dos políticos que parecen haber aprendido a convivir con el silencio de la presidenta. El resto la necesita como el agua.

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